miércoles, 12 de agosto de 2020

El Nacionalismo En El Siglo XIX (II): Movimientos Nacionalistas Y Nuevos Estados.


En la segunda mitad del siglo XIX estaban de moda los mapas satíricos como éste. Bajo el título "Angling in Troubled Waters" (Pesca en aguas turbulentas) mostraba la complejidad política de la Europa de 1899. Fuente: Pinterest.


Esta entrada sería la segunda parte de nuestra aportación al análisis del nacionalismo decimonónico. En la primera parte, El nacionalismo en el siglo XIX (I), analizamos las bases y el contexto general del nacionalismo decimonónico, así como el concepto y tipos de nacionalismos. En esta segunda parte, nos sumergiremos en las sucesivas oleadas revolucionarias de carácter liberal y nacionalistas que sobresaltaron la Europa de la primera mitad del siglo XIX, dando lugar al nacimiento de nuevos estados nacionales como Grecia o Bélgica, para abordar después los procesos nacionalistas de la segunda mitad del siglo XIX, que dieron lugar a las unificaciones de Italia y Alemania y el surgimiento a finales del siglo de nuevos estados en los Balcanes. Finalizamos como un breve análisis del nacimiento en la España de la época de los primeros movimientos nacionalistas, en especial en Cataluña y Euskadi.

La oleada revolucionaria de 1820 y la independencia de Grecia

Entre 1820 y 1825 se inicia una oleada revolucionaria liberal que se extendió especialmente por el área mediterránea, afectando a Portugal y a algunos estados italianos. En España triunfa el pronunciamiento militar de Riego, que conduce al llamado "Trienio Liberal" (1820-23) y supone la puesta en vigor de nuevo de la constitución de 1812. En Grecia, sin embargo, esta oleada cobra forma de reacción nacionalista frente a la dominación del Imperio turco.
El nacionalismo griego surge a finales del XVIII, estimulado por una Rusia que comparte con los helenos la religión cristiano-ortodoxa y cuyo principal objetivo era desgastar el poderío turco en los Balcanes. De hecho, al frente del levantamiento independentista en sus inicios estaría la organización secreta  Philiké Hetairía, creada por comerciantes griegos en la ciudad rusa de Odessa en 1814.
Lord Bayron con indumentaria albanesa. Retrato
de Thomas Phillips (1835). F.: nationalgeographic
En 1820, el Pachá o gobernador de Ioanina (al norte de Grecia) se subleva. Un año después, la rebelión se extiende por el Peloponeso, donde los campesinos tienen hambre de tierras, pues éstas estaban muy mal distribuidas (la minoría turca poseía gran cantidad de propiedades). Los comerciantes urbanos se unirían pronto al movimiento, que contaría, además, con el apoyo de los griegos emigrados a otros países europeos. De hecho, la revolución griega no se entiende sin el movimiento internacional que se generó en su favor. El romanticismo europeo ensalzó el legado clásico de Grecia como el germen de Europa y las simpatías hacia la causa griega se extendieron por todo el continente, se reunieron fondos y se crearon asociaciones para apoyar a los insurrectos, muchos aristócratas e intelectuales helenófilos, como el poeta inglés Lord Byron o el historiador escocés Thomas Gordon, combatieron en Grecia junto a los rebeldes. Las simpatías hacia la revolución se vieron favorecidas por las atrocidades turcas, convertidas en Europa en un símbolo de la crueldad oriental frente a la civilización occidental. El brutal asesinato de Gregorio V, patriarca griego de Constantinopla, ahorcado el Domingo de Pascua de 1821, enfureció a griegos y rusos y provocó enormes protestas en toda Europa. A pesar de todo, las potencias occidentales, Francia y Gran Bretaña, recelaban de la insurrección por la creciente influencia rusa en la zona.
En 1921, el líder de la Philiké Hetairía, Alexandros Ipsilantis, penetra en el Imperio turco desde Rusia a través de la Moldavia rumana, pero es derrotado. Sin embargo, la insurrección se extiende por el Peloponeso griego y en enero de 1822, los rebeldes se reúnen en Asamblea Nacional en Epidauro, proclamando la independencia y aprobando una constitución. Alexandros Mavrokordatos se convierte en el primer presidente, pero sin el poder efectivo y real. Las divisiones internas y los enfrentamientos entre griegos marcaron en todo momento la guerra de la independencia y debilitaron el movimiento independentista: enfrentamientos entre distintos grupos sociales con intereses encontrados (navieros, comerciantes, notables, jornaleros) y también entre las islas y los territorios continentales. Las debilidades del movimiento independentista se vieron acentuadas con la intervención en favor del sultán Mahmud II de su vasallo más poderoso, el Pachá de Egipto.
 Óleo de T. Vryzakis (1853) sobre el asedio de Missolonghi en 1826. Los griegos se luchan
  para sacar de la ciudad a mujeres y niños. F.: historia.nationalgeographic.com
Las potencias europeas esperaban que la rebelión fracasase, pero al persistir, se vieron obligadas a actuar, forzadas por la presión de sus respectivas opiniones públicas, el recelo ante la intervención egipcia y la defensa de sus intereses políticos y comerciales (los ingleses controlaban las islas jónicas). Británicos y rusos aproximan sus posturas y las potencias deciden intervenir militarmente en la zona: el 20 de octubre de 1827 las flotas francesa, inglesa y rusa derrotan a los turcos en Navarino. Posteriormente, los franceses desembarcan en el Peloponeso y en 1828 los ejércitos rusos penetran en el Imperio turco a través del Danubio. En septiembre de 1929, el Tratado de Adrianápolis sella la paz y supone la aceptación de la independencia de Grecia y el libre tránsito por los estrechos de Bósforo y Dardanelos. Pero las potencias europeas, en el Protocolo de Londres de 1830, limitaron el territorio de la nueva nación griega al Peloponeso, la región de de Atenas y las islas Cícladas, mucho menos de lo esperado por los griegos, imponiendo además una monarquía bajo su control y protección.
Fuente: elaboración propia

La oleada revolucionaria de 1830 y la independencia de Bélgica

La oleada revolucionaria de 1830 nace en Francia y se extiende a Bélgica, Polonia y otros territorios europeos, en los que tendrá un claro carácter nacionalista. En Francia, la revolución supuso el triunfo de la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleans frente a las tendencias autoritarias de Carlos X. La revolución se extiende pronto hacia la vecina Bélgica, mezclando la ideología liberal con las aspiraciones nacionalista. Bélgica pertenecía a los Países Bajos, pero tenía una religión diferente (frente al calvinismo de los holandeses, los belgas eran católicos), gozaban de mayor desarrollo industrial e incluso tenía una lengua diferente -en la región de Valonia, al sur y este del país se hablaba francés, que era además el idioma de la élite de Flandes, la zona de habla neerlandesa o flamenca-. El estado era unitario y Bélgica no disfrutaba de autonomía alguna. Las instituciones de gobierno estaban en Holanda y aunque Bélgica poseía más población, los belgas tenían el mismo número de diputados en el parlamento y el gobierno estaba compuesto mayoritariamente por holandeses.
Fuente: elaboración propia.

La revolución nacional estalla en Bruselas el 25 de agosto. Bajo el estímulo de la revolución de París, los rebeldes exigen la autonomía. El rey Guillermo I de los Países Bajos envía a finales de septiembre un ejército a Bruselas para acabar con la insurrección, lo que desencadena un auténtico levantamiento nacional. El ejército holandés es derrotado. Las tropas holandesas abandonan las principales ciudades belgas y el 4 de octubre un gobierno provisional declara la independencia.
La situación se internacionaliza y Francia respalda al nuevo país, con la intención final de anexionárselo, mientras los ingleses miran cada vez con más simpatías al movimiento revolucionario belga. Los holandeses tenían esperanzas de contar con el apoyo de Rusia y Prusia, garantes de las fronteras definidas en el Congreso de Viena, que sin embargo, nunca se llegó a a formalizar del todo. Finalmente, la Conferencia de Londres de 1830 reconocía la independencia de Bélgica, con la condición de ser un estado neutral perpetuamente, la exclusión de su territorio de Luxemburgo y de parte de Limburgo y el compromiso de pagar la mitad de la deuda de los Países Bajos. Tras unas elecciones se reúne un Congreso Nacional en Bruselas en noviembre y se elige a Leopoldo de Sajonia-Coburgo como rey. Se crea una constitución liberal avanzada (soberanía nacional, amplia declaración de derechos, separación de Iglesia-estado, separación de poderes).
Todavía queda tiempo para un último capítulo bélico: en agosto de 1831, el ejército holandés invade Bélgica, aunque la rápida intervención militar francesa le obligó pronto a retirarse. Al contrario de lo esperado, Rusia no acudió en ayuda de los Países Bajos, ocupada como estaba en acabar con el levantamiento nacional polaco.
La inquietud nacionalista se extendió también a otras zonas como Polonia, Italia o Alemania, donde estallan movimientos liberales y nacionales que terminaron fracasando. Aprovechando que la atención de Rusia estaba centrada en Bélgica, los polacos inician un levantamiento nacionalista que en noviembre de 1830 conduce a la creación de un gobierno provisional en Varsovia, presidido por el general Chlopicki. Fue conocido como la Revolución de los Cadetes.
La reacción autoritaria del zar ruso Nicolás I lleva a la Dieta polaca a proclamar la independencia. En septiembre de 1831, Varsovia cae en manos rusas, se suprime la Dieta y se inicia una durísima represión que conduce al exilio de miles de polacos hacia Francia y los estados alemanes.
En Italia el rechazo a la presencia de los austriacos en el norte y a la pervivencia del poder temporal del Papa en el centro, empujaba la lucha de los nacionalistas italianos, estimulados por la sociedad secretas de los carbonarios. Las revoluciones triunfan en Parma y Módena, cuyos soberanos son expulsados, pero el ejército austriaco interviene y los repone. Los reinos absolutistas se refuerzan, aunque el nacionalismo pervive en el romanticismo reinante que ensalza el glorioso pasado históricos italiano, en las obras de Manzoni o Leopardi o en la actividad de la sociedad de la "Joven Italia".
En Alemania se recibe con afecto a los refugiados de Polonia. En algunos estados alemanes se producen levantamientos nacionalistas y se proclaman constituciones, es el caso de Brunswick, Hannover, Sajonia o Hesse-Kassel. En 1832 se celebró el Festival de Hambach, que se convirtió en un acto de reivindicación liberal y nacionalista en el que participaron exiliados polacos. Imitando a las banderas tricolores italiana o francesa, los participantes diseñaron una bandera alemana con los actuales colores (negro, rojo y amarillo). Sin embargo, la represión de los monarcas y la acción decidida de las grandes potencias germanas como Prusia y Austria frustrará las aspiraciones liberales y nacionales. El único paso hacia la formación de un estado unido será la creación del Zollverein, unión aduanera de los estados alemanes, puesto en marcha en 1834 y al que se fueron uniendo en los años posteriores casi todos los estados germanos menos Austria.

Festival de Hambach. Los participantes utilizan por primera vez los colores de la bandera actual de Alemania, que aparecen aquí con los colores intercambiados. Litografía de Chr. Heineld (1832).  Fuente: Stadtmuseum Neustadt an der Weinstrasse







El nacionalismo en la oleada revolucionaria de 1848

El triunfo a finales de febrero de 1848 de la revolución en Francia, supuso el final de la monarquía de Luis Felipe de Orleans, proclamándose la Segunda República Francesa, con un alto componente democrático y social.
Barricadas en la Calle Saint-Maur en París el día 25 de junio de 1848. Fuente: archivoshistoria.com





Litografía publicada en 1861, que muestra la proclamación de la República
Romana en la Piazza del Popolo.  Fuente: commons.wikimedia.org
Influida por los acontecimientos de Francia, en Europa se desarrolla la que se llamó "la primavera de los pueblos" en la que se combinan las ideas liberales y democráticas con las aspiraciones nacionales. En Italia, estallan insurrecciones liberales en el sur, en Nápoles y Sicilia, pero la fuerza decisiva es la reacción en el norte ante la ocupación austriaca: levantamiento en Toscana o Módena, alzamiento de Milán, proclamación de la República de San Marco en Venecia. Entre 1848 y 1849 se proclama la República Romana en los Estados Pontificios y el Papa Pío IX tiene que huir. La reacción de Francia y Austria acabó con todas estas revueltas.
En Austria la revuelta de marzo provoca la caída de Metternich, símbolo de la Europa de la Restauración y el emperador Fernando acepta una asamblea constituyente. Los húngaros y checos piden su propia asamblea. El emperador decide intervenir, pero los obreros y liberales de Viena se oponen. El ejército austriaco interviene y ocupa Viena, reprimiendo con dureza el movimiento nacionalista checo y húngaro.
Barricada en Viena, 26 de mayo de 1848. Fuente: siquescurioso.wordpress.com

El movimiento insurreccional de 1848 llegó con fuerza a Alemania, mezclando el alzamiento nacionalista con la revolución liberal. La llamada Confederación Germánica, que englobaba a lo que después se convirtió en Alemania, estaba fragmentada en 38 estados. El Imperio austriaco, que contenía también pueblos no germánicos como húngaros, checos o rumanos era el estado hegemónico, existiendo también varios reinos como Baviera, Sajonia, Würtemberg, Hannover y sobre todo Prusia, el más importante, junto a Austria. A ellos habría que añadir 29 grandes ducados y principados, además de varias ciudades libres como Franckfurt y Hamburgo. Todos los estados de la Confederación asistían a una Dieta presidida y dominada por Austria, por otro lado, la gran enemiga de la unidad política. Austria tampoco se había integrado en el Zollverein, la unión aduanera surgida en 1834 y que tanto había favorecido la cohesión económica y política de los estados alemanes.
Los movimientos revolucionarios fueron más fuertes en los estados occidentales, por su mayor desarrollo económico y por la cercanía al principal foco revolucionario, Francia. Los estados más fuertes como Sajonia, Baviera o Prusia resistían mejor los embates revolucionarios, que sin embargo, terminaron por hacerlos tambalear también. Igual que en Francia, la crisis económica se convierte en un detonador de las revoluciones. Con las llamadas "jornadas de marzo" de 1848 se inicia la revolución. Se producen primero revueltas campesinas, después revueltas urbanas que piden el establecimiento de libertades y asambleas liberales.
En Prusia la revuelta obrera y estudiantil en Berlín obliga a Federico Guillermo IV a hacer concesiones a los liberales. A partir de mayo de 1848, se reúne una Asamblea en Frankfurt en el que se hayan representados todos los estados alemanes. Pronto se harán evidentes las diferencias entre los sectores defensores de una monarquía liberal moderada, los demócratas de carácter republicano y los defensores de las ideas socialistas. Tampoco hay unanimidad en lo referido a las fronteras del estado unitario, algunos apuestan por una Gran Alemania, articulada a partir de Austria y que incluiría todos los territorios poblados de la Confederación Germánica, otros, por el contrario, optan por una Alemania más reducida conformada en torno a Prusia. El parlamento de Frankfurt llegó a promulgar una constitución liberal y monárquica en 1849, ofreciendo la corona imperial a Guillermo IV, que la rechazó. La constitución no llegó a ser aceptada por los monarcas, reticentes a renunciar a sus poderes. Finalmente, la reacción conjunta de los soberanos absolutistas, especialmente de Prusia, condujo al fracaso de las aspiraciones y movimientos insurreccionales, así como a la supresión de las asambleas y libertades conquistadas.

Litografía del parlamento de Frankfurt en la iglesia de San Pablo (1849). Philipp Veit. F.: archivoshistoria.com





Las unificaciones de Italia y Alemania

a) Rasgos comunes de ambas unificaciones
- La ocupación francesa durante la época napoleónica extendió las ideas de la Revolución Francesa y despertó los sentimientos nacionales frente a la ocupación extranjera. Intelectuales nacionalistas canalizaran dichos sentimientos, Herder o Fichte entre los alemanes o Mazzini y Gioberti entre los italianos. Ambos movimientos se verán influidos por el romanticismo y surgirán movimientos políticos y sociedades secretas como la Joven Italia o la Joven Alemania, inspiradas por los intelectuales.
- Ambas se desarrollan en la segunda mitad del siglo XIX, entre 1859 y 1870 y surgen en medio de guerras frente a otras potencias que se oponen a la unificación (Francia y Austria).
- Hay un reino más fuerte que actúa como unificador y del que parte la iniciativa militar y política (Prusia en el caso de Alemania y Piamonte en el caso de Italia). El rey Víctor Manuel II de Piamonte y Guillermo I de Prusia encabezaron el proceso de unificación, con el respaldo de la burguesía y el ejército y bajo la dirección de los jefes de gobierno de dichos estados, auténticos artífices de la unificación: Cavour en Italia y Bismarck en Alemania.
- Ambos estados se configurarán como monarquías constitucionales. En ambos casos la unidad favorecerá el despegue industrial y económico, estimulado por la existencia de un gran mercado nacional.

b) La unificación italiana
Víctor Manuel II. F.: Biografíasyvidas.com
En la base del nacionalismo italiano convergían varios intereses: por un lado, los intereses crecientes de la emergente burguesía industrial y comercial del norte, consciente de la necesidad de un mercado nacional grande que permitiera la creación de una extensa red de ferrocarril y la expansión económica en plena revolución industrial. Por otro lado, la creación de una conciencia nacional a partir de la intensa labor de intelectuales que ensalzan la idea de la patria italiana, es el caso de los escritores románticos Leopardi o Manzoni, que defienden la unidad, o de Gioberti, defensor de la unificación de los italianos en torno al Papa (opción defendida por los neogüelfos). Por último, la acción política de la monarquía piamontesa, la casa de Saboya, y especialmente del conde Cavour, primer ministro del Piamonte, que representa la vertiente monárquica y conservadora de la unificación, y frente a ella, la opción republicana y progresista simbolizada en revolucionarios como Garibaldi o Mazzini, defensores de una unificación en forma de república democrática.
Camillo Benso, conde de Cavour (izquierda) y  Giuseppe Mazzini (derecha). F.: Wikipedia.org

La unificación se desarrolla en la década de 1860 y la iniciativa procede del estado más rico y desarrollado, el Piamonte. La unificación se alcanzó en tres fases:
Giuseppe Garibaldi. F.: nationalgeographic
- Entre 1859 y 1860 el reino de Piamonte, bajo el reinado de Víctor Manuel II y el gobierno de Cavour, se alía con la Francia de Napoleón III para expulsar a los austriacos del norte de Italia y los derrota en las batallas de Magenta y Solferino (1859), lo que le permite anexionarse Lombardía. Sin embargo, las reticencias de Francia, que pacta con Austria, impide a los piamonteses tomar Venecia. En los ducados de Parma, Módena y Toscana se realizan varios plebiscitos que llevan a su incorporación al Piamonte. Se crea entonces un Parlamento italiano que representa a todos los territorios dominados por Víctor Manuel II.
- Entre 1860 y 1865, y tras la expedición de los "camisas rojas" de Garibaldi, que se apoderan de Napoles y Sicilia (1860), todo el sur de Italia se unió al Piamonte. Ese año las regiones de Las Marcas y Umbría, pertenecientes a los Estados Pontificios, se incorporan también al nuevo estado. En 1861 Víctor Manuel II era proclamado rey de Italia por un parlamento italiano reunido en Turín.
La batalla de Calatafemi fue la primera tras el desembarco de los "camisas rojas" en Sicilia.
Fuente: bolledicultura.wordpress.com
Pìo IX, firme enemigo de una Italia unida. Retrato de
 George Peter Healy Alexander de 1871. Wikipedia.org
- En 1866 y 1870 se culmina el proceso de independencia. Cuando estalla la guerra en 1866 entre Prusia y Austria, en plena unificación alemana, los italianos aprovechan para atacar a Austria desde el sur. Aunque son derrotados, el triunfo prusiano obliga a Austria a entregar Venecia al nuevo reino de Italia. Solo la Roma del Papa Pío IX, hostil hasta el final al nuevo estado italiano, no estaba integrada en el nuevo reino, gracias a la protección de Francia. Sin embargo, el estallido de la guerra entre Francia y Prusia y la derrota francesa en 1870, abrió el camino a la anexión de Roma, que se convertiría en la capital del nuevo estado. El Papa y la Iglesia católica no aceptó la anexión, lo que no se resolvió hasta 1929, con los acuerdos de Letrán, que supusieron la creación del Estado de la Santa Sede (Vaticano) en el centro de Roma.
Surgía una nueva potencia europea, organizada como una monarquía constitucional, cuya economía creció con fuerza en las décadas siguientes (eliminación de aduanas, códigos de leyes uniformes, moneda única) pero con grandes desequilibrios territoriales y económicos que aún persisten. En las siguientes décadas, el desarrollo industrial se centró en el norte del país, mientras el sur quedaba como una zona agraria y pobre. La unificación no permitió soldar económicamente las dos Italias.

Fuente: elaboración propia.
c) La unificación alemana
Como ya hemos comentado, la Confederación germánica estaba a principios del siglo XIX formada por 38 estados, con cuatro reinos importantes (Baviera, Würtemberg, Hannover y Sajonia) y dos potencias de nivel europeo, Austria y Prusia. Existía una asamblea o Dieta federal, presidida por el emperador austriaco. A lo largo de la primera mitad del siglo XIX, la rivalidad entre Austria y Prusia fue aumentando con rapidez. Prusia quería monopolizar una posible unión, Austria frenarla para poder mantener su imperio multinacional (el Imperio austro-húngaro).


Las raíces económicas de la unificación fueron indiscutibles. El Zollverein, constituido en 1834, había traído ventajas económicas para todos, el crecimiento económico en las décadas posteriores resultó intenso, la burguesía comprobó pronto sus beneficios, la población aumentó y la industrialización de regiones como el Ruhr fue intensa. El desarrollo de la red de ferrocarriles por encima de las fronteras estatales contribuyó también a la unificación.
Los intelectuales románticos enarbolaron durante la primera mitad del siglo la bandera de la unidad, demostrando su fuerza en los acontecimientos de 1848. Poetas como Heine o historiadores como Ranke o Droysen hablaban de la unidad de Alemania. Las universidades eran un foco de nacionalismo y surgían periódicos como el Deutsche Zeitung que se dirigían a toda Alemania. Mientras, la discusión se centraba en la forma que debía adoptar la ansiada unidad, los conservadores preferían una confederación que respetara los derechos históricos de los soberanos, los liberales un estado federal con un emperador a la cabeza y los democrátas una república federal. 
La unificación será liderada por Prusia y se desarrolla en tres fases:
- Entre 1859 y 1865 se producen los primeros pasos en la unificación. Bismarck había ascendido a canciller de Prusia en 1862 e inició las maniobras para arrebatar a los daneses los ducados alemanes limítrofes de Schleswig y Holstein. Para ello tuvo que contar con Austria, ésta ocuparía Holstein, Schleswig quedaría en manos de Prusia.
- Entre 1866 y 1869 la rivalidad entre Prusia y Austria desembocaba en un conflicto armado. Aprovechando que Austria estaba inmersa en la guerra contra la unificación italiana, Prusia invade Holstein y se enfrenta a Austria. Dirigido por el general Moltke, con gran capacidad de movimientos gracias al ferrocarril y mejor armamento (fusil de retrocarga), el ejército prusiano vence en Sadowa a los austriacos, y para sorpresa de toda Europa, la guerra se torna corta. Se produce la anexión a Prusia de algunos de los estados del norte de Alemania y en 1867 la creación de la Confederación Alemana del Norte, que incluía al resto de los territorios del norte y centro de Alemania, reunidos en una nueva estructura estatal en torno a la Alemania de Bismarck.
- Entre 1870 y 1871 se desarrolla la última etapa y más definitiva. Napoleón III de Francia no puede aceptar la extensión de Prusia hacia los estados del sur de Alemania, pues un país unificado sería un peligro para Francia. Bismarck buscó entonces la guerra. Aprovechando la oposición exigente de Francia a la candidatura Hohenzollern al trono español y la presión contra Alemania para que no hubiera otro candidato alemán, Prusia declara la guerra a Francia. Prusia aplasta en Sedán y Metz a los ejércitos franceses. Sin oposición, se unen al nuevo estado todos los estados del sur de Alemania, menos Austria, incorporando también Alsacia y Lorena, territorios que serían causa de disputa con Francia hasta la Segunda Guerra Mundial.
Surgía así una nueva potencia bajo el liderazgo de Bismarck, que se constituía como un imperio, el II Reich alemán bajo el trono del rey prusiano Guillermo I. Se iniciaba una época de gran desarrollo económico bajo la alianza entre la nobleza terrateniente y la burguesía industrial.

Guillermo I. Fuente: wikipedia.org                      Otto von Bismarck. Fuente: elpaís.com



Fuente: elaboración propia.










El surgimiento de nuevos estados balcánicos a fines del XIX

A principios del siglo XX, asistimos a las primeras reacciones nacionalistas de los pueblos cristianos de los Balcanes frente al Imperio turco, un gran estado de carácter islámico que se extendía por tres continentes, desde el norte de África al Oriente Próximo asiático y los Balcanes europeos. La reacción nacionalista de pueblos como los serbios, rumanos, búlgaros o griegos, se produce frente al centralismo administrativo, los excesivos impuestos, la represión y la intolerancia cultural y religiosa ejercida por las autoridades turcas. Las aspiraciones de estos pueblos se vieron respaldadas en ocasiones por Austria, pero sobre todo por Rusia, interesadas en el hundimiento del Imperio turco, de cuyas ruinas querían obtener beneficios territoriales y estratégicos. Rusia siempre concibió los Balcanes como un lugar privilegiado para su expansión natural, buscando la salida directa al Mediterráneo. Los barcos rusos tenían que atravesar los estrechos del Bósforo y Dardanelos, situados en territorio turco, para encontrar una salida al Mediterráneo. Todo ello generaba una gran tensión entre ambos imperios. Un factor relevante es que Rusia ejercía también un importante papel como referencia cultura y religiosa entre los pueblos balcánicos, no hay que olvidar que buena parte de éstos compartían la religión ortodoxa cristiana con Rusia (Rumanía, Serbia, Bulgaria o Grecia), y algunos de ellos eran además eslavos, por lo que su lengua y cultura estaban emparentadas con las de Rusia (serbios y búlgaros). En este sentido, el Imperio ruso pretendió siempre convertirse en garante del respeto a la cultura y religión de los pueblos cristianos ortodoxos frente a la intolerancia del Islam.


Al margen del caso griego, que ya hemos tratado anteriormente, el mejor ejemplo al respecto y el más precoz fue el del pueblo serbio, que vivió una primera insurrección en 1804 y una nueva insurrección nacional en 1815, siempre con la Iglesia ortodoxa serbia como símbolo nacional, convertida en el principal estandarte frente al Imperio turco, de carácter islámico. A raíz del último de los levantamientos se crea el principado de Serbia, con gran autonomía dentro del Imperio turco. Tras la guerra de Crimea (1854-56) y al amparo de las grandes potencias europeas, los principados de Valaquia y Moldavia se unían en 1859 para crear el Principado de Rumanía, que gozaría de plena autonomía. Pero sería a finales del siglo XIX, tras la guerra ruso-turca de 1877-78, cuando los serbios y rumanos alcanzarían la independencia definitiva, iniciando los búlgaros su proceso de emancipación. La guerra se inicia a partir de la insurrección de los pueblos de los Balcanes frente al autoritarismo turco, que fue seguida de una fortísima reacción represora por parte del Imperio. En la guerra, el ejército ruso derrotó a los turcos, contando para ello con el apoyo de los pueblos balcánicos. Solo la intervención de las potencias occidentales evitó que los rusos tomaran Estambul y se hicieran con el control de los estrechos. En marzo de 1878, Rusia impone a Turquía el Tratado de San Stefano, que suponía la independencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, así como la creación de una Gran Bulgaria independiente que se extendería por los territorios de Macedonia y Tracia. Los aliados desconfiaban de una Bulgaria tan extensa, que seguramente se había de convertir en un aliado incondicional de Rusia, por lo que, cuatro meses después, se impone el Tratado de Berlín de julio de 1878. En él se reconocía la independencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, pero con una Bulgaria convertida en principado autónomo del Imperio turco y con mucho menos territorio del que inicialmente se le asignaba: perdía Macedonia y la mitad sur, Rumelia oriental, convertida en provincia turca. En las décadas siguientes, el nacionalismo búlgaro iniciaría una carrera por la independencia y la recuperación de los territorios que se le asignaban en el Tratado de San Stefano. No sería hasta 1908 cuando lograría la independencia definitiva del Imperio turco, incorporando al nuevo reino los territorios de Rumelia oriental.

Fuente: elaboración propia.


El surgimiento de los primeros movimientos nacionalistas en la España de finales del siglo XIX

A finales del siglo XIX y como reacción a la política centralista y uniformizadora de la Restauración (1876-1902), surgen movimientos nacionalistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia. Durante la primera mitad del siglo XIX aparecieron movimientos de recuperación de la cultura y la lengua (nacionalismo cultural), que desembocaron a fines del siglo en movimientos políticos (nacionalismo político) cuyas exigencias iban desde la autonomía a la federación o, incluso, la independencia.

Sabino Arana, fundador del P.N.V, .creó la bandera
vasca o ikurriña siguiendo el modelo británico.
El nacionalismo vasco parte del desarrollo previo de un movimiento de recuperación de la cultura vasca (se estudia el folklore, las tradiciones, la lengua, las leyendas) desde la mitad del siglo XIX. Pero el nacionalismo político surge a raíz de la frustración que provoca la abolición de los fueros vascos (leyes antiguas de las provincias vascas que les daban ciertos privilegios legales y fiscales y que los liberales españoles intentaron eliminar) por parte del gobierno de la Restauración, así como la preocupación por la llegada masiva de trabajadores inmigrantes procedentes del resto de España que empezaron a llegar para trabajar en la industria naciente, no en vano a finales del siglo XIX el País Vasco y especialmente Bilbao se había convertido en el centro de la industria metalúrgica española. Como reacción ante esta situación, Sabino Arana funda en 1895 el Partido Nacionalista Vasco (P.N.V.) que tendrá un carácter inicialmente separatista y racista: defensa de la superioridad de la raza vasca, vuelta de los fueros vascos, rechazo del obrerismo (inmigrantes españoles o "maketos") y del liberalismo (asumido por la burguesía vasca, considerada traidora), antiespañolismo y separatismo, defensa de la lengua vasca y las tradiciones que se conservaban en el mundo rural, y catolicismo a ultranza. Posteriormente moderaría su discurso, evolucionando hacia posturas más moderadas y autonomistas, atrayendo así a sectores de la burguesía vasca.
El nacionalismo catalán viene precedido por un movimiento previo, desarrollado en la primera mitad del siglo XIX, de recuperación de la lengua y la cultura catalana, la Renaixensa. El catalanismo político surgirá después del Sexenio Democrático (1868-1874), a partir de una corriente progresista surgida de las filas de los republicanos federalistas. De esta corriente surge la figura de Valentí Almirall, que intentó aunar la vertiente progresista y republicana y la más cultural y conservadora, con la creación del Centre Catalá (1882), organización que reivindicaba la autonomía de Cataluña. En 1885 impulsó la redacción del Memorial de Greuges (Memorial de Agravios), que fue presentado al rey y en el que se denunciaba la opresión de Cataluña y pedía autogobierno.

Bandera de Unió Catalanista. Fuente: researchgate.net                              Prat de la Riba. Fuente: elpaís.com





Posteriormente en 1891, en el nacionalismo más burgués y conservador nace la Unió Catalanista, dirigida por Prat de la Riba. Su programa quedó fijado en las Bases de Manresa (1892), que defendían una España confederal en la que Cataluña tuviera todas las competencias de gobierno interior y el Estado central se ocupara solo del ejército, las relaciones internacionales y las vías de comunicación. Defendían el catalán como lengua oficial y la creación de unas cortes catalanas. En 1901, Prat de la Riba y Cambó fundaron un nuevo partido catalanista, burgués y conservador, la Lliga Regionalista.
Asamblea catalanista en la sala de sesiones de la casa de la ciudad de Manresa. Dibujo de J. Pahissa. 
Arxiu Históric de la Ciutat. Barcelona. 


El nacionalismo gallego partió también de un movimiento de recuperación de la lengua y la cultura gallega, "O Rexurdimiento" (Rosalía de Castro). Será siempre mucho más débil y también más tardío que los nacionalismos vasco y catalán. Igualmente, sus aspiraciones serán también menos ambiciosas, reivindicando esencialmente mayores cotas de autonomía. Los primeros gallegistas, como es el caso de Alfredo Brañas o Manuel Murguía, crearon la Asociación Rexionalista Galega en 1890 y reaccionaron contra el atraso y marginación del territorio con respecto a otras regiones, reivindicando el uso de la lengua gallega. El nacionalismo gallego no alcanzó relevancia hasta el siglo XX de la mano de figuras carismáticas como Castelao.

Rosalía de Castro                          Fuente: wikipedia.org                          Manuel Murguía




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