martes, 4 de agosto de 2020

Hipólito Ruiz, Un Joven De Burgos Descubre La Flora De Perú Y Chile (1777-1788)

 

            El 3 [octubre de 1779] hicimos la primera excursión, acompañados del Alférez de Milicias y de tres Peones, internándonos rio abaxo hasta la casuca de la Centinela abanzada; donde dejamos nuestras Caballerías y continuamos a pie herborizando por aquellos hermosos y deliciosos campos; cubiertos de multitud de vegetales; cuya perpetua fragancia y aroma recrea y vivifica los sentidos de tal manera, que parece que combida aquel terreno á no apartarse jamás de él. Sobre todos los Vegetales, los mas abundantes son (los) de la familia de las Orchideas, cuyos bulbos, colocados sobre la faz de la tierra, visten y cubren como un empedrado los terrenos más secos y peñascos; y los variados colores de sus estrañas y preciosas flores matizan aquel singular y natural pavimento.

            Volvimos al Fuerte, donde nos habian alojados aquellos Militares, con mas de quarenta plantas nuevas, distintas todas de las que habiamos visto en otros lugares.



   
    Hay ofertas irresistibles, sobre todo si tienes veintitrés tres años. Aunque sepas que, si aceptas, tu vida cambiará irremediablemente y quedarás marcado para siempre. Y eso es lo que les debió pasar, en Madrid, a finales del siglo XVIII, a dos jóvenes estudiantes de farmacia y con una cierta inclinación hacia la botánica.

    
    Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) es el botánico que marcó profundamente el desarrollo de la botánica en Madrid –y por extensión en España– el último cuarto del siglo XVIII. Era un personaje muy capaz, viajado, con aficiones literarias y buena pluma, bien conectado en los ambientes Botánico-farmacéuticos de la Corte –sobrino de Joseph Ortega (1703-1761), a quien Linné había dedicado el género Ortegia– y, sobre todo, ambicioso. Había estudiado filosofía y medicina en Italia, pero retornó a la muerte de su tío, en 1762, para heredar la farmacia, una de las mejores de Madrid, y en 1771 ya fue nombrado primer catedrático del Jardín Botánico. Después de una estancia en París en 1776, había logrado convencer José Gálvez (1720-1787), el ministro de Indias, para organizar una expedición con el fin de conocer más a fondo las riquezas vegetales de los dominios americanos, concretamente del virreinato del Perú. Pero, le faltaban los botánicos!

 
Hipólito Ruiz [de Jaramillo-Arango, 1952]
   
    Hipólito Ruiz López (Belorado, Burgos 1754-Madrid 1816) era un joven, hijo de campesinos, que con 14 años fue a Madrid y, bajo la tutela de un tío farmacéutico, empezó a estudiar diversas materias relacionadas con la farmacia, entre otras, botánica. Desde 1772 trabajaba en el jardín de Migas Calientes bajo la supervisión de Gómez Ortega; tenía poca experiencia botánica, pero era inteligente y trabajador, y aceptó encantado la propuesta de participar en la expedición. José Antonio Pavón y Jiménez (Casatejada, Cáceres 1754-Madrid 1844) era también sobrino de farmacéutico, quien le había colocado como meritorio en la farmacia del Real Sitio de la Granja; además, tenía una beca para estudiar botánica y otras materias relacionadas con la farmacia. Gómez Ortega no lo conocía antes, pero también lo enroló.
 
   
     Al final, la expedición estaba formada por Hipólito Ruiz y José Pavón como botánicos, José Brunete (1746-1787) e Isidro Gálvez (1754-1829) como dibujantes y acompañados por el botánico francés Joseph Dombey (1742-1794). Aunque el jefe era Ruiz, el botánico más experto era Dombey, y esto fue a menudo fuente de conflictos. Más tarde, a finales de 1784 y ya en América, se incorporaron dos aprendices: un botánico, el navarro Juan Tafalla (1755-1811), y un dibujante, Francisco Pulgar. En principio, la expedición estaba prevista para cuatro años y Dombey, de hecho, retornó a España en 1784, pero el resto continuaron en América hasta 1788.
 
   
    Habían salido de Cádiz el 19 de octubre de 1777 y llegaron a Callao a primeros de abril de 1778. Primero herborizan los alrededores de Lima, pero luego ya organizan expediciones para explorar las zonas costeras al norte y sur de Lima. En mayo de 1779 emprenden viaje hacia Tarma, en la otra vertiente de los Andes; explorarán esta provincia y la de Jauja hasta abril de 1780, cuando retornan a Lima. Pero a finales de mes ya están de nuevo en marcha hacia Huánuco –más allá de Tarma–, el principal centro de recolección de la quina y donde se cultiva también la coca; permanecerán en la provincia hasta finales de marzo de 1781. Junio lo pasan en Lima, y de julio a septiembre vuelven a explorar la zona costera al norte de la capital, aunque ahora ascenderán por algunos valles andinos. En diciembre embarcan todos hacia Concepción, donde llegan a finales de enero de 1782. Herborizan sobre todo por los alrededores de Concepción, aunque también hacen desplazamientos más largos, como cuando van a buscar la araucaria hacia el interior. A finales de marzo de 1783 emprenden viaje hacia Santiago, divididos en dos, un equipo con Ruiz y los dos dibujantes, en el otro Pavón y Dombey. Llegan a mediados de abril. A primeros de octubre marchan hacia Valparaíso, para volver a embarcar hacia Callao, donde llegan a primeros de noviembre. Ya en Lima, y cuando se preparaban para retornar a España, reciben la orden de continuar la exploración de la región de Tarma, Huánaco y Cuchero. A mediados de mayo de 1784, ya sin Dombey, están de nuevo en marcha hacia la región Huánuco, que ya conocían en parte de la expedición de 1780-81. Se quedaron, estableciendo varias bases, hasta finales de enero de 1788, en la que retornaron a Lima. Embarcaron hacia España el 1 de abril y a mediados de septiembre ya estaban en Cádiz, entrando en Madrid a mediados de noviembre de 1788.
 

Una de las láminas de los dibujantes de la expedición, conservada en el RJB de Madrid [de González Bueno, 1988]


   
    El relato del viaje que nos ha llegado es el de Ruiz. Hay varias versiones, aunque él no llegó a ver nada publicado. El texto que he usado corresponde al manuscrito que encontró en el Museo Británico de Londres el botánico y diplomático colombiano Jaime Jaramillo Arango (1897-1962), que la editó y enriqueció con varias ilustraciones e índices. Hay otra versión anterior, publicada por el padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937) en 1931, pero sobre un manuscrito de Ruiz más incompleto y mucho menos pulido. La edición de Jaramillo Arango, de 1952, comprende la relación del viaje, hecha por Ruiz (p. 1-392), varios apéndices, donde aparecen desde las instrucciones de Gómez Ortega antes de embarcar, hasta la lista de plantas vivas con que retornan a España, pasando por numerosos oficios, anuncios o informes generados durante todos estos años (p. 393-476). También se reproduce el epílogo que Barreiro había incorporado a la versión de 1931 (p. 477-526). Además, hay un segundo volumen, de 245 páginas, que contiene varios índices: de nombres científicos de plantas, de nombres vulgares, de términos indígenas, geográfico, onomástico...

    
    La relación propiamente dicha consta de 60 capítulos. En general, alternan los dedicados al relato de las diferentes etapas del viaje con otros que nos ofrecen una descripción geográfica más o menos amplia de los diferentes territorios por donde pasan. De estos últimos, muchos corresponden a las diversas provincias que van conociendo, algunos están referidos a las principales ciudades –la descripción que hace de Lima es muy completa– y en otros describen los pueblos donde establecieron los campamentos y sus alrededores. En todos estos capítulos descriptivos se vislumbra la pretensión de que sean considerados como informes de amplio alcance, algo al estilo de las crónicas de los primeros conquistadores. Población, etnografía, clima, cultivos, fauna, flora, minería, hidrografía, vestigios de culturas precolombinas, estructura política, comercio, historia, sociología, enfermedades... todo tiene cabida. Los apartados que tratan de temas relacionados con los indios son numerosos: idiosincrasia, condiciones de vida y trabajo, revueltas y castigos..., pero son los dedicados a las plantas los que ocupan mayor extensión, con prioridad para las de interés económico, especialmente medicinal o alimenticio, aunque la lista es mucho más amplia: ornamentales, tintóreas, rituales, textiles... Ruiz es muy respetuoso con los conocimientos que los indios tienen de las plantas, y recoge todos los usos y a menudo también los nombres indígenas. En general, la lectura de estos capítulos, a pesar de la diversidad y cantidad de información que contienen, es amena y fácil, con curiosidades de todo tipo.

    
    Los capítulos dedicados a los viajes son a la vez descripciones geográficas de los itinerarios recorridos por los expedicionarios y justificación de su trabajo. Así, muy a menudo día a día, nos enteramos de las distancias entre las diferentes paradas y de la topografía del territorio, el paisaje y la vegetación con la que se encuentran y cómo son los pueblos por donde suelen pasar. Y, siempre, las plantas interesantes que descubren por el camino. Al mismo tiempo, de vez en cuando, Ruiz informa de las actividades de los otros miembros de la expedición y sobre cómo progresa el trabajo científico: plantas secadas, descripciones completadas, láminas dibujadas, envíos de plantas vivas y semillas... También aparecen, entremedias, cuestiones cotidianas o mundanas, como los problemas financieros, los gastos practicados, las relaciones con la jerarquía colonial, el trato con los colonos o los indios o las condiciones de alojamiento. Además de las enfermedades e indisposiciones que afectan a menudo a los expedicionarios, también se relatan con detalle los principales acontecimientos –cuando no desgracias– que los afectan. Así nos enteramos del asalto que sufrieron en el primer viaje largo fuera de Lima, la falsa alarma con que los pusieron en fuga para robarles las pertenencias o la pérdida de una mula en el río con el sueldo de los expedicionarios. Pero también de la muerte del dibujante Brunete en mayo de 1787 o el incendio de Macorís en 1785, donde Ruiz perdió los diarios de tres años y medio, entre ellos casi todos los correspondientes a Chile. Sin embargo, tal vez son las vicisitudes del barco "San Pedro de Alcántara" las que aparecen en el relato más veces, debido a su larga agonía y a que los expedicionarios intentaron compensar al máximo las pérdidas. Había zarpado de Callao en 1784, y poco después ya se tuvieron que tirar por la borda todos los tiestos de plantas vivas, con el fin de poder volver a puerto a estabilizar la carga y rehacer el buque. Finalmente, tras una singladura muy lenta, naufragó, a primeros de febrero de 1786, frente a la costa portuguesa en Peniche. Con buceadores se pudieron rescatar casi todos los cañones y una buena parte del oro que llevaba, pero no aparecieron ninguno de los 53 cajones enviados por los botánicos, con unas 800 láminas de dibujos y muchísimos pliegos. Las relaciones entre los miembros de la expedición no se explicitan mucho, pero se vislumbra la preferencia de Ruiz para ir en compañía de Gálvez y, si pone algún tratamiento antes del apellido, los botánicos aparecen a menudo como "compañero Pavón" y "Mr. Dombey". Hacia el final de la expedición las desavenencias con los dibujantes son notorias. En todo caso, el relato no es pasional sino neutro, sin intimidades ni grandes reproches hacia el resto de expedicionarios.

    
    De las tres grandes expediciones botánicas organizadas por la Corona española a finales del siglo XVIII, la de Ruiz y Pavón fue la más productiva desde el punto de vista científico. A pesar de que en las condiciones del enrolamiento de Dombey figuraba que la publicación de los resultados sería conjunta, éste volvió a Europa antes y se planteó su avance. Una iniciativa diplomática española lo impidió, pero los pliegos de Dombey fueron a parar a manos de Charles-Louis de L'Héritier (1746-1800), que se los llevó a Londres y publicó algunos de los materiales de Dombey. Por eso en Madrid se organizó una "Oficina Botánica de la Flora del Perú", con el objetivo de preparar cuanto antes la publicación de los materiales. En el año 1794 apareció el "Prodromus de la flora de Perú y Chile", en 1798 el Systema vegetabilium Florae peruvianae et chilense y entre 1798 y 1802, los tres primeros de la Flora Peruviana et chilensis, pero la publicación de los volúmenes 4 y 5 tuvo que esperar hasta los años 1956-58. Aunque firmados por los dos botánicos españoles, parece que la mayor parte de la redacción de estas obras corresponde a Ruiz. De hecho, después de la muerte de éste, ya no aparecieron más volúmenes de la Flora..., aunque las dificultades económicas también tuvieron que ver. Muerto Ruiz, Pavón comenzó a dispersar los materiales de la "Oficina Botánica", vendió a Philip B. Webb (1793-1845) muchos de los pliegos recogidos durante la expedición, que ahora se encuentran en Florencia y muchos de los manuscritos acabaron en manos de Aylmer B. Lambert (1761-1842), hoy día depositados en el British Museum.



Hipólito Ruiz. Relación histórica del viage, que hizó a los Reynos de Perú y Chile el Botánico D. Hipólito Ruiz en el año de 1777 hasta el de 1788, en cuya época regresó a Madrid. Ed. Jaime Jaramillo-Arango (1952). Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. 392 p. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]



* Más información en: Antonio González Bueno –ed.– (1988). La expedición botánica al Virreinato del Perú (1777-1788). Catálogo, 2 vols. Lunwerg editores S.A. Barcelona, Madrid.

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